viernes, 13 de marzo de 2015

El Concepto Que Lo Está Destruyendo Todo


Una de las mayores capacidades del ser humano es la de usar su mente para crear muros y barreras imaginarias y después acabar creyéndolas como si fueran reales y ciertas.

Es la gran especialidad de nuestra especie y una de nuestras características más marcadas.

Así ha sido como hemos concebido barreras ficticias, temporales y espaciales, que posteriormente se han traducido en calendarios y fronteras, a las que hemos acabado subyugándonos como si fueran algo tangible y real.

Pero no nos hemos conformado con eso.

Una vez hemos alterado nuestra visión del universo dividiéndolo en fracciones imaginarias, nos hemos dedicado en cuerpo y alma a clasificar esas porciones ficticias, dividiéndolas a su vez en clases y categorías. Hasta que con ello hemos sentado las bases para crear uno de los conceptos más perniciosos y absurdos jamás concebidos por la mente humana: la PROPIEDAD.


Y es que la propiedad consiste precisamente en esto: en dividir el universo en partes imaginarias, creer que esas divisiones son reales y después intentar adueñarnos de cada una de las porciones.

El concepto de propiedad es una mera abstracción intelectual, basada en otras abstracciones intelectuales (las divisiones imaginarias), que nada tiene que ver con la auténtica naturaleza de las cosas.

Lo más curioso es que a pesar de ser uno de los conceptos abstractos más absurdos que hemos concebido jamás, es a la vez uno de los más profundamente arraigados en nuestras psiques, hasta el punto de que, para la mayoría de gente, resulta imposible comprender que el concepto de propiedad no tiene ningún sentido.

Pongamos un ejemplo: la propiedad de la tierra, que tantos ríos de sangre y tanto dolor y sufrimiento ha provocado a lo largo de la historia.


¿Qué sentido tiene ser propietario de un pedazo de tierra?

¿Cómo se puede tener la audacia y el atrevimiento de concebir una idea tan ridícula como ser propietarios de un pedazo de tierra o de todo el planeta en su conjunto?


La realidad es que vivimos en un pequeño rincón de una de las cien mil millones de galaxias del universo, en una roca flotante con una antigüedad de más de 4.500 millones de años; y nosotros, un minúsculo y frágil conglomerado de material bioquímico de carácter efímero, incapaz de persistir durante más de 80 míseras órbitas alrededor del sol, hemos decidido que fragmentos de esta gran roca, nos pertenecen a nosotros, personalmente y en exclusiva.


A pesar de que la tierra lleva aquí 4500 millones de años y ya estaba orbitando alrededor del Sol mucho antes de que empezáramos a arrastrarnos sobre ella.

A pesar de que cada uno de nosotros, a nivel individual, acabamos de aparecer y que en un suspiro nos descompondremos en esta misma tierra.

Y a pesar de que la roca seguirá aquí, miles de millones de años más tras nuestra desaparición o posible extinción, como ha pasado ya antes con tantas especies animales o vegetales.

A pesar de todo esto, que refleja lo obvio de nuestra pequeñez, tanto a escala temporal como física, tenemos el atrevimiento de considerarnos dueños de este pedazo de universo.


Afirmamos con orgullo y prepotencia que es “nuestro”.

Que es de nuestra “propiedad”.


Es como si una simple mosca, acabada de nacer y que tan solo vivirá 15 días más, volara a lo largo y ancho de una isla, proclamando a los cuatro vientos y con pose prepotente “esta isla es mía, es de mi legítima propiedad, incluidos los bosques, las montañas y las personas o animales que habitan en ella.

Daría risa, ¿no?

Un minúsculo bicho que acaba de aparecer y que pronto va a morir, creyéndose dueña no solo de la isla, que lleva millones de años ahí, sino incluso de nuestras propias personas, que probablemente vamos a sobrevivirla por mucho.

Pues bien, eso es exactamente lo que estamos haciendo los seres humanos con la tierra y con todo lo que hay en ella.

La base lógica que utilizamos es la misma que la de la mosca.


Siguiendo este razonamiento sin sentido, hemos dividido el planeta en infinidad de fragmentos imaginarios. Fragmentos que pertenecen a personas, que pertenecen a etnias, que pertenecen a entidades privadas, a municipios, a países…


Y en el paroxismo del absurdo hemos creado leyes y regulaciones para delimitar donde empiezan y terminan esas fracciones ficticias que solo existen en nuestras mentes, llegando a límites de ridículo tan exacerbados, que parece mentira que sigamos manteniéndolos sin sentir vergüenza de nosotros mismos.

Porque cuando eres propietario de un pedazo de tierra ¿hasta qué profundidad llega la tierra que te pertenece?

¿Llega hasta el centro de la tierra? ¿Entonces, el magma en movimiento que pasa por esa sección de tierra también te pertenece? ¿Y los cursos de agua subterránea? ¿Y si tu fracción imaginaria de tierra incluye una porción de una de esas bolsas de material descompuesto que llamamos petróleo? ¿Y qué sucede si un topo horada un túnel en la tierra que es de tu propiedad? ¿El topo te pertenece? ¿Y el orificio que ha hecho el topo?


Para dirimir tan importantes preguntas, nos hemos enterrado bajo millones de regulaciones sobre la propiedad de la tierra y sus recursos y cada país con su marco legal ha creado sus propias limitaciones, a cada cual más arbitraria.

Así, alguien en un país A es propietario de la tierra solo hasta los 15 metros de profundidad, mientras alguien en un país B lo es hasta los 50. etc, etc, etc,

Reglamentaciones absurdas para repartirnos los trozos de planeta que hemos delimitado en nuestras propias mentes y que solo existen ahí.

¡Y lo consideramos la cosa más normal y lógica del mundo!

Creemos que la propiedad de un trozo de planeta es algo natural, cuando no lo es en absoluto.

Nos pongamos como nos pongamos, aunque busquemos las expresiones más rimbombantes a nivel legal para justificarlo, la propiedad de la tierra, como concepto, no tiene el más mínimo sentido.

Considerarse propietario de un trozo de tierra es tan ridículo como ser propietario de una nube que surca el cielo.

Al fin y al cabo, una nube también es un fragmento de planeta, pues forma parte de su atmósfera… entonces, ¿por qué no nos repartimos también la propiedad de las nubes?


¡ADQUIERA UNA NUBE!

El primer paso para ser propietario de una nube, debería ser, antes que nada, dirimir cuál es su valor. 

Para tasar su valor sería necesaria una estimación del agua que potencialmente pudiera descargar la nube y para ello necesitaríamos el concurso de un "experto meteorólogo tasador de nubes"

Una vez tasado el valor nominal de la nube, su valor final oscilaría dependiendo de los posibles escenarios futuros asociados a esa nube, tales como su posible disolución espontánea, su potencial capacidad de unión con otras nubes para formar frentes tormentosos y los posibles lugares en los que la nube podría descargar su valor nominal en forma de agua. 

Todos estos cálculos se producirían en el mercado de valores de nubes, donde expertos meteorólogos harían estimaciones constantes sobre el futuro de todas las nubes adquiridas y su valor oscilante. Y donde los inversores podrían adquirir e intercambiar acciones basadas en las diferentes estimaciones futuras de los valores nubosos. 


Es decir, podrían adquirirse valores asociados a nubes aún no formadas, a frentes tormentosos estimados y a descargas de lluvia aún no producidas y comprar y vender esos valores, etc, etc, etc… 

¿Te parece algo absurdo y arbitrario? ¿Algo sin sentido? ¿Más absurdo y arbitrario que la propiedad de la tierra? 

¿Por qué? 

Quizás deberías saber que el mercado de valores que tan en serio nos tomamos funciona de forma análoga al mercado de nubes. Y más concretamente el mercado de futuros y derivados. 

Es más, en el mercado de derivados bursátiles se llega a especular con las fluctuaciones de las tasas de interés. Es decir, con la oscilación de simples dígitos, mientras que en el ejemplo expuesto anteriormente, lo haríamos con algo tangible, como sería una nube y el agua que potencialmente pudiera descargar. 

La compra y venta de nubes solo es un ejemplo gráfico de nuestra infinita capacidad para justificar los conceptos más absurdos creados por nuestra mente. 

No tengas ninguna duda de que si hubieras nacido en un mundo donde existiera esta compra y venta de nubes y moviera millones de dólares, tú lo verías como la cosa más natural del mundo. 


Habría estudios universitarios de tasadores de nubes y de economía meteorológica, elegantes expertos hablando de ello en tertulias y entrevistas televisivas, grandes empresas dedicadas al negocio de las nubes y conflictos internacionales derivados de su gestión. 

Entonces, para ti, sería inconcebible pensar que las nubes no son propiedad de nadie y si alguien afirmara que la propiedad de las nubes resulta absurda, te resultaría chocante. 

Te resultaría tan chocante como lo es ahora aceptar que la propiedad de la tierra no tiene ningún sentido.


EL UNIVERSO EN PROPIEDAD

¿Qué consecuencias entraña dividir el planeta en pedazos imaginarios y sentirnos propietarios exclusivos de esos fragmentos? 

¿Dónde están los límites de este concepto sin sentido? 

Parece que esos límites no existen. 

Es lo malo de los conceptos y las ideas: una vez quedan instaurados y sus lógicas de funcionamiento son comúnmente aceptadas, tienden a reproducirse y a extrapolarse a otros ámbitos. 

Eso nos ha llevado a que estemos dispuestos a despedazar imaginariamente el universo entero y apropiarnos de cada trozo. 

Encontramos un buen ejemplo de ello en la propiedad del material genético


Existen empresas que se otorgan la propiedad exclusiva de secuencias concretas de genes. De material genético de origen vegetal, animal e incluso humano

Algunos colectivos claman al cielo por ello. Lo consideran un disparate, casi una inmoralidad

Pero para ser justos, ¿no es un razonamiento análogo al de la propiedad de la tierra? Simplemente consiste en dividir el universo en partes imaginarias y apropiarnos de ellas por separado. 

En realidad, la apropiación del material genético se produce gracias a un salto tecnológico que nos permite dirimir esas divisiones, algo que no podíamos hacer en la antigüedad. 

Pero el concepto original sigue siendo el mismo que en el caso de la propiedad de la tierra. 

Y ahí reside el problema. 

A medida que la tecnología avance, ¿dónde situaremos los límites de la propiedad sobre el universo? 

¿Nos adueñaremos de otros planetas? ¿Serán propiedad de empresas, de países, de personas ricas? 


Si una empresa privada financia una nave espacial que explote un asteroide o un cometa, ¿será de su propiedad? ¿Podrán arrancarlo de su órbita y explotar sus recursos minerales? 

¿Compraremos y venderemos los anillos de saturno? 

¿Qué sucederá con la luna? ¿Cómo la repartiremos? ¿Será propiedad de los primeros que la pisaron o de los primeros que se instalaron a vivir en ella? 

Si una gran empresa compra la cara visible de la luna, ¿podrá poner gigantescos anuncios en ella que se vean desde toda la tierra, aunque los demás no lo queramos? 


Pero vayamos mas allá. 

Si una empresa puede apropiarse de un gen, solo por el simple hecho de haberlo aislado en un laboratorio, entonces ¿por qué razón no puede apropiarse de un color? 

Por ejemplo, el color amarillo es el color que se percibe en la foto recepción de la luz de longitud de onda comprendida entre 574 y 577 nanómetros

Es un fragmento del espectro electromagnético. ¿Por qué no apropiarse de él y cobrar al usuario por ver ese color? 


Puede parecer una idea ridícula, pero si algún día comercializan ojos creados genéticamente, y una empresa es capaz de controlar los fotorreceptores del ojo, ¿por qué razón no van a cobrarte por ver un color concreto? ¡Cuánto más pagues, más colores disfrutarás! ¡Colores con tonos exclusivos, para ver la vida más brillante! ¡Ojos genéticos de visión premium, para vips! ¡Ojos en blanco y negro para los pobres! 


¿Acaso no existen los colores corporativos ya? 

¿Acaso no se privatiza el espacio radioeléctrico? 

Los únicos impedimentos y las únicas limitaciones, una vez estamos inmersos en las dinámicas de la propiedad, residen en la capacidad tecnológica para implementar los cobros y en un marco legal que se doblegue a determinados intereses. 

Y siguiendo el mismo razonamiento, ¿por qué no patentar una partícula subatómica recientemente descubierta? 

Al fin y al cabo es un fragmento de átomo “aislado en laboratorio”


Si tiene alguna propiedad con valor comercial y puede patentarse el procedimiento para aislarla, ¿es disparatado que alguien llegue a cobrar por ello en un futuro en el que las leyes lo permitan? 

Si una mega corporación creara un servicio de limpieza de la polución atmosférica, ¿podría cobrarte por los rayos de sol que recibieras sobre tu casa? 

Al fin y al cabo, sería gracias a su servicio que disfrutarías de ese sol, de la misma forma que el servicio de suministro de agua te cobra por el agua potable que antes nos pertenecía a todos por natural y de forma gratuita. 

¿O quizás podría cobrártelo el gobierno en forma de impuesto por acceso a la luz solar? 


Si existieran procedimientos para limpiar el aire de toxinas y contaminación, ¿te cobrarían por el aire limpio siguiendo la misma lógica? 

Y en el límite del absurdo, ¿por qué no patentar una palabra inventada y cobrar por pronunciarla o escucharla? Al fin y al cabo, es lo más parecido a una secuencia genética creada en laboratorio. Solo hace falta sustituir los aminoácidos por las letras. 

No tengas ninguna duda de que si no se ha intentado es por meras limitaciones tecnológicas y físicas asociadas a la gestión efectiva de la palabra y al cobro correspondiente. 

No te cobran por pronunciar “Coca-cola” o “Samsung”, no porque sea una idea absurda, sino porque no pueden establecer los métodos de control y cobro para hacerlo. 

Porque afortunadamente y al menos de momento, la tecnología tiene muchas más limitaciones que la codicia


Quizás estos ejemplos que acabamos de exponer te parezcan absurdos y exagerados. 

Pero no lo son tanto como pueda parecer. 

Porque en definitiva, la propiedad es un concepto inventado por la mente humana

Un concepto abstracto, como las propias leyes que la rigen dentro de un marco legal o el sentido moral asociado que le otorgamos. 

Y los marcos legales y las leyes cambian, como nos muestra la historia. 

Y el sentido moral asociado a esas leyes, también. 

Entonces ¿puedes asegurar que algún día no verás alguno de estos ejemplos convertidos en una triste realidad? 

Ya nada debería escandalizarnos. 

Los conceptos que representan la base lógica para llegar a estos extremos ya los tenemos plenamente aceptados y forman parte de nuestra normalidad como sociedad. 

Este es el gran problema de permitir que se instaure como “normal” un concepto que no tiene ningún sentido. 

Una vez instaurado el concepto, tiende a reproducirse, a extrapolarse y a degenerar, alcanzando progresivamente nuevas cotas de absurdo y vacío de sentido. 

Obviamente, hemos despejado de la ecuación un concepto de propiedad mucho más complejo y que nos conduciría a un espacio de discusión mucho más profundo: la propiedad sobre aquellas cosas que fabricamos nosotros mismos y que no podemos encontrar de forma natural en nuestro entorno; herramientas, vehículos, ropa, construcciones, creaciones artísticas o intelectuales… 


Pero quizás, para abordar la discusión sobre este segundo nivel de propiedad, primero deberían dirimirse las dudas sobre el nivel más básico, la propiedad de los fragmentos naturales del universo. 

Lo cierto es que nuestras únicas propiedades auténticas como seres humanos, somos nosotros mismos: nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro tiempo. 

Y nada más. 


Nada en este planeta, fuera de eso nos pertenece. 

La propiedad de la tierra, del aire o del agua, son conceptos absurdos. Sin ningún sentido. 

Somos tan propietarios de la tierra que pisamos, como del sonido de nuestros pasos, del calor que nos da el sol o del brillo de las estrellas. 

Sin embargo, a pesar de no ser más que una invención de carácter arbitrario, este concepto nos ha esclavizado y ha provocado millones de muertes, guerras, dolor y sufrimiento

La propiedad es solo eso: uno más de los incontables conceptos vacíos instalados en nuestra mente, que nos han llevado a la locura colectiva… 


GAZZETTA DEL APOCALIPSIS