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viernes, 30 de mayo de 2014

Un Libro Revela la Estrategia para Exculpar "Como Sea" a la Infanta Cristina


Ayer se puso a la venta el libro "La intocable" (La Esfera de los Libros), obra en la que Eduardo Inda y Esteban Urreiztieta vuelven a hacer luz, como ya hicieran hace dos años en "Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos", en las muchas sombras que se dan cita en el caso Noos, atendiendo esta vez a la cónyuge de quien se ha presentado a la opinión pública como el "malo" de la película en un reparto de culpas ficticio e interesado que oculta la algo más que "presunta" implicación de la hija del rey de España en una trama de apropiación indebida, fraude a Hacienda, blanqueo de dinero y burla de una justicia que nunca ha dejado de tener dos varas de medir, como muestra el trato dado a Esperanza Aguirre y sus percances al volante, al juez que se atrevió a encarcelar a Blesa, etc., etc. Aquí va una reseña de su revelador contenido:

«Esto no se nos puede ir de las manos», fue la frase que se intercambiaron los miembros del Gobierno al comprobar, allá por febrero de 2012, que el caso Urdangarin amenazaba, por primera vez y de manera inquietante, la figura de la infanta Cristina. La frase se la trasladó personalmente el presidente Mariano Rajoy a su ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, al comprobar que, tras emplazar el juez José Castro al duque de Palma como imputado, el sindicato Manos Limpias se descolgaba pidiendo formalmente que la hija del Rey siguiera el mismo camino.

Aquella sorpresiva solicitud, formulada el día de San Valentín, removió los cimientos del Estado, desató una operación de salvamento sin precedentes y desembocó en una reunión secreta y de urgencia en La Zarzuela para abordar la cuestión y confeccionar la hoja de ruta. 


La consecuencia fue una cerrada defensa de Cristina de Borbón y Grecia por parte del Estado a través del Ministerio Público, la Agencia Tributaria y la Abogacía del Estado, que han obviado -y siguen haciéndolo- los contundentes indicios existentes en su contra hasta el extremo de afirmar que la Infanta «nunca fue consciente» de lo que hacía. Este envite, tras el que subyace la supervivencia del principio de igualdad de los ciudadanos ante la ley invocado por el Rey en su discurso de Nochebuena de 2011 al poco de estallar el escándalo, ha dejado al veterano juez instructor corbobés a solas con las pruebas y su heroica determinación ante la implacable maquinaria institucional. Ésta sostiene contra viento y marea que Cristina de Borbón, pese a disponer de los fondos públicos distraídos irregularmente de las arcas de Valencia y Baleares y estampar su firma en operaciones fraudulentas encaminadas a evadir impuestos, es completamente inocente.

A la cita en Zarzuela, celebrada la última semana de febrero de ese annus horribilis para la Corona [2012], asistió el Rey y le acompañaron Rajoy, Ruiz-Gallardón y el fiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce, después de sopesar si incorporaban a la misma al jefe de la oposición, Alfredo Pérez-Rubalcaba, que finalmente no fue invitado. «Será mejor traerlo y tenerlo de nuestro lado, porque enterarse se acabará enterando», aconsejó alguno de los insiders sin mucho éxito. 

Este encuentro constituye el pistoletazo de salida a la Operación Cortafuegos urdida para intentar librar a la hija del Rey de las garras de la Justicia y cuya crónica oculta es el libro La intocable. Cristina, la infanta que llevó la corona al abismo. Escrito por los periodistas de EL MUNDO que destaparon el escándalo, Eduardo Inda y Esteban Urreiztieta, sale a la venta el próximo martes editado por La Esfera de los Libros. 


Tras el rotundo éxito de su libro anterior, Urdangarin. Un conseguidor en la corte del Rey Juan Carlos, número 1 en 2012, Inda y Urreiztieta desentrañan las claves de este complejo plan diseñado al más alto nivel para librar a la jefatura del Estado de la mayor crisis de sus últimos 50 años de historia, aun a costa de evidenciar que no todos los ciudadanos son iguales ante la ley. 

«No hay motivos de preocupación, el juez no se atreverá», se confiaron los asistentes a la reunión, que, al mismo tiempo, se conjuraron para lograr que la infanta Cristina se convirtiese, a partir de ese momento, en intocable. 

Pero quedaba todavía un fleco suelto. «¿Y qué hacemos con Iñaki?», se planteó a renglón seguido. «Lo tiene muy difícil, lo normal es que sea condenado a penas de cárcel», terció Gallardón, al tiempo que se puso encima de la mesa la posibilidad futura de que el Ejecutivo le acabe concediendo el indulto. «Ya arrostraremos nosotros con las consecuencias que tendría ante la opinión pública», tranquilizaron al Monarca. 

La intocable es, por lo tanto, la historia jamás contada de la maniobra de enroque institucional para salvar a la Corona de su más complicado trance, pero también la de un matrimonio que ha sobrevivido estoicamente a una crisis trufada de engaños, errores y traiciones y que ha sido aislado, quien sabe si para siempre, de la Familia Real.


Cristina de Borbón llegó a colgar violentamente el teléfono a su padre cuando éste, una y otra vez, le instó por aquel entonces, en los albores del escándalo, a «separarse de Urdangarin y a renunciar a sus derechos dinásticos», aconsejado por el ex jefe de la Casa Real Fernando Almansa.

La Infanta jamás vaciló. Optó por la decisión más complicada de su vida: mantenerse al lado de su esposo, del que se confiesa, aún hoy, enamorada. Juntos decidieron meterse en el tinglado de Nóos que ha provocado la imputación de ambos y juntos han decidido que van a salir.

Cristina e Iñaki se han llegado a convencer, articulando una especie de mecanismo interno de autodefensa, de que no han hecho «nada malo» y de que no son más que unas «simples víctimas de una conspiración para derrocar a la monarquía en España» en la que se han convertido en «cabezas de turco». Por sorprendente que parezca, en su fuero interno no entonan el más mínimo mea culpa por haberse quedado con dinero público de forma ilegal o haber evadido impuestos. Por contra, se sienten triplemente traicionados.

De una parte, por su antiguo socio Diego Torres, que con su chantaje en forma de correos electrónicos les ha colocado en una situación insostenible, tanto personal como judicial, aflorando pruebas que demuestran que Urdangarin fue infiel a la hija del Rey. Pero hasta eso ha sido perdonado por Cristina, que ha llegado a concebir un eventual divorcio como una derrota en la disputa con su padre.

De otra, por la Casa Real, ya que consideran que «no les ha defendido» ante la opinión pública. No en vano, Iñaki sigue pensando que si el Rey «hubiera querido» todo este asunto «se hubiera solucionado hace ya tiempo» y que si alguien es responsable de que el procedimiento judicial no se haya detenido no es otro que el Monarca. «¡La culpa de todo esto la tiene tu padre!», llegó a gritar, airado, a su esposa durante su estancia en Washington.

Y, por último, el matrimonio se siente maltratado por la sociedad española que, dicen Cristina e Iñaki, les ha «condenado a la primera sin pruebas». «Los españoles no se merecen que volvamos a vivir en nuestro país», suelen reflexionar.


La hija del Rey ha tenido que sortear la severidad de su padre y el implacable juicio social y mediático, pero también el oscuro silencio y la distancia que ha puesto de por medio su otrora inseparable hermano al comprobar los detalles del escándalo que gravita en torno a Nóos. El Príncipe Felipe no perdona a Iñaki y a Cristina que hayan puesto en jaque a la institución de esa manera. El heredero les ha despachado con una elocuente frialdad y ha levantado un muro inexpugnable. Eso sí, en privado se permite la licencia de recordar que Letizia fue una de las primeras en dar la voz de alarma sobre este asunto y quien acuñó un hilarante juego de palabras. «No es el caso Nóos, es el caso Nóos forramos», han apuntado los herederos en más de una ocasión cuando les han interrogado sobre el particular.

Un «Nóos forramos» que sintetiza a la perfección el espíritu de la entidad «sin ánimo de lucro» que presidió el duque de Palma y con la que llegó a ingresar 20 millones públicos y privados en apenas tres años de vida a cambio de insustanciales conferencias e informes plagiados e inservibles pero cobrados a precio de Boston Consulting, McKinsey u Oliver Wyman.

Esta es, en definitiva, la historia de una complicada encrucijada judicial, institucional y personal en la que Cristina e Iñaki se han desenvuelto en el plano profesional de una forma extravagante y codiciosa hasta protagonizar episodios insólitos que sirven para aproximarse al peculiar esquema mental de la pareja que ha situado a la Corona al borde del abismo.


Cuando Telefónica nombró al yerno del Rey responsable de la compañía en América, la operadora puso a disposición de los duques de Palma una lujosa vivienda en el selecto barrio de Chevy Chase, en Washington, con todos los gastos pagados y se vio obligada a hacer continuos cambios en el interior de la misma por indicación de sus nuevos inquilinos.

Cristina de Borbón se destapó de pronto como una mujer caprichosa que obligó a cambiar hasta tres veces los colchones recién comprados de la residencia al considerar que estaban «demasiado duros» o que intentó por todos los medios quedarse con todo el mobiliario de la residencia una vez que se trasladaron a España. El matrimonio planteó a Telefónica que quería el contenido de la casa, desde los sofás a los juegos de sábanas, y la multinacional les dio la opción de comprarlo por el valor establecido en libros. En total, unos 400.000 euros.

Al considerar disparatada la cifra los duques y rechazar la operación, Telefónica optó por donar a una organización social los muebles. Sus ejecutivos se quedaron atónitos al comprobar que el matrimonio no había tardado en localizar a la entidad benéfica y que le había hecho una oferta a la baja por los enseres.

Todo ello después de que el duque de Palma, lejos de resignarse a ocupar un puesto meramente institucional en Telefónica en EEUU, decidiera por su cuenta y riesgo tomar decisiones trascendentales que justificaran su posición. La primera, eliminar la estratégica oficina de Nueva York, decisión en la que se empecinó hasta que comprobó en primera persona cómo gracias a los contactos establecidos gracias a ella la compañía y sus ejecutivos se habían convertido en una referencia mundial.


Pero si incomprensible eran actuaciones de este tenor, mucho más lo fue que Telefónica tuviera que prohibir expresamente a Urdangarin, una vez resuelto su contrato a causa del daño que estaba ocasionando a la marca, que siguiera acudiendo, como si tal cosa, a las oficinas de la operadora en Barcelona, una vez repatriados.

A partir de entonces, y ya instalados de nuevo en España, el objetivo del matrimonio se centró en rehacer sus vidas. Para ello los duques llegaron a suplicar al presidente de Telefónica, César Alierta, que siguiera teniendo contratado a Iñaki como asesor externo porque se les «acababa el dinero». Y Cristina hasta intentó que el establishment catalán le buscara un puesto a su esposo en el FCBarcelona «de lo que fuera».

Pero todo este complejo proceso ha acabado afectando también, y esta vez sí que en forma de ruptura, a la relación entre los dos hombres que impulsaron la investigación desde el principio, el fiscal Pedro Horrach y el juez José Castro, dos ejemplos de profesionalidad y tesón cuyos diferentes posicionamientos han terminado por dinamitar su amistad.


En medio de este proceso, todavía abierto, y con el juez a punto de cerrar la investigación y decidir si sienta o no a la hija del Rey en el banquillo de los acusados, el monarca ha variado su postura. 

De la virulencia inicial con la que pedía a su hija el divorcio ha pasado a la condescendencia y a pedir a Cristina, hace sólo unos meses, que aceptara «con normalidad» su imputación definitiva y a preferir que siga al lado de Iñaki.

Y es que en la Casa Real se han convencido definitivamente de que sólo podría agravar más el problema que Iñaki Urdangarin comenzara a volar por libre y se convirtiera en un nuevo e incontrolable Diego Torres que se encargue de asestar la estocada definitiva a la Corona.